Falsas promesas de una política anti-partidista: la verdadera agenda tras la movilización en FACSO

Columnas de opinión
Autor/a

Domingo Monasterio e Ismael Aguayo

Fecha de publicación

28 de mayo de 2025

En el momento en que parecíamos estar en buenas condiciones para ulteriores avances, fuimos atacados desde la retaguardia…

E.P. Thompson, Miseria de la teoría, 1981

Desde hace ya un tiempo en FACSO se siente una aversión hacia todo lo que tenga relación con algún partido político del ámbito institucional. Incluso, paradójicamente, hay rechazo hacia organizaciones que comparten este mismo sentimiento. Debido a esto, vemos cómo, por lo general, los últimos centros de estudiantes y representantes estudiantiles siempre se ubican en una posición de izquierda, marxista o progresista, sin embargo, no poseen una militancia, ni tampoco una organización que los respalde. Ser “independiente” sirve como un plus en cualquier campaña política. Hasta los militantes se desmarcan de sus propias organizaciones políticas criticando sus acciones, sea como gobierno o como representantes estudiantiles.

Todo esto se nos ha vendido como algo positivo, como una nueva alternativa, que se diferenciaría de las conocidas prácticas sucias de muñequeo político que mueven de forma organizada los partidos institucionales. Así, ser independiente pareciera darle al candidato un carácter casi mesiánico, una especie de aureola angelical que lo limpia del pecado original, siendo estas las prácticas comunes que cualquier persona que se haya adentrado mínimamente en política reconoce como la norma. Pero esta idealización cayó en nuestra Facultad tras los eventos recientes: al parecer, esta nueva alternativa, cual Lista del Pueblo o Frente Amplio, ha caído en las mismas tentaciones de la política institucional clásica, pero con una falencia aún mayor:la incapacidad de proponer un proyecto transformativo con un trasfondo político claro.

Este año nos encontramos con una movilización peculiar. Sus demandas, claramente jerarquizadas, daban un protagonismo desmedido a la destitución de Carlos Ruiz, luego de que la Facultad ensayase su reincorporación. Volveremos a este punto más adelante. Primero, nos gustaría centrarnos en el resto del petitorio, una enumeración con aspecto de lista de supermercado donde, inicialmente, figuraba incluso la reparación de un ascensor que estaba listo antes de que la movilización comenzase. Cuando estas son las motivaciones, la relación que los centros de estudiantes establecen con las autoridades de la Facultad carecen de contenido político. Parece, más bien, una queja al SERNAC, y refuerza la impresión de que la verdadera razón de la toma no era la lista de supermercado, sino la destitución de Ruiz.

El problema de Ruiz es delicado, y hubiese requerido de una conversación transparente, en lugar de haber sido tratado con tabú tanto por las autoridades como, lo que quizás debería sorprendernos más, por los centros de estudiantes –fundamentalmente el CECSO y el CESOC–, quienes omitieron información clave y no tuvieron pudor en imponer su agenda incluso sobre las personas verdaderamente afectadas por el caso. Esto no es todo, pues en esta movilización presenciamos algo inédito: hubo profesores que financiaron e influenciaron directamente la movilización. No hablamos de conversaciones casuales, de asistencia a asambleas ni de apoyar a la toma con algunos paquetes de fideos, sino de profesores de la Facultad que ofrecieron y entregaron apoyo monetario e información a los centros de estudiantes para iniciar y mantener la toma en la Facultad. Tampoco se trata de profesores que típicamente apoyan las movilizaciones del estudiantado. Esto debería conducirnos a preguntarnos ¿ellos son nuestros aliados? ¿Comparten, acaso, las motivaciones de los estudiantes de base, o persiguen sus propios objetivos? ¿Qué consecuencias tiene esto en la legitimidad de la movilización sostenida el mes pasado? Personalmente, nos parece una amenaza enorme a la capacidad de autodeterminación del estudiantado y, por parte de los centros de estudiantes, compañeros que se comprometieron a representarnos políticamente, una pérdida de sentido que no debemos olvidar. 

La propuesta política de los “independientes” –aunque ya hemos visto de quienes dependen en realidad– en esta última movilización ha venido acompañada de una aversión a otros sectores políticos organizados. A éstos se les ha negado la entrada a la toma con pretextos poco claros. Detrás de ello se esconde la necesidad de llevar la movilización por sí mismos, ignorando, difamando y a menudo ridiculizando a opiniones disidentes. ¿Qué quieren nuestros centros de estudiantes? a veces pareciera que ellos tampoco lo saben, pero da la impresión que su fin último es figurar como protagonistas exclusivos de la movilización. Su modo narcisista de actuar ha buscado minimizar las posiciones de otros actores de nuestra comunidad, y en el camino han degradado aún más los términos del debate político de nuestra Facultad con quórums bajísimos, ataques personales, prácticas que bordean el cohecho y el tráfico de influencias, una revista sin otro fin que eclipsar los espacios ya existentes y un discurso que no sobreideologiza, sino que despolitiza el movimiento, alejando a muchos estudiantes de él.

La intención de esta columna no es hacer daño porque sí, sino manifestar la necesidad del estudiantado de generar una articulación política organizada y transparente, que no reproduzca las malas prácticas de la política nacional. Para la efectividad de las futuras manifestaciones es necesaria una conversación política profunda entre nosotros, que no transgreda los términos de convivencia entre estudiantes y que se plantee verdaderos objetivos por los que valga la pena luchar. Esta crisis de representación puede y debe ser un momento refundacional, donde nos preguntemos qué queremos hacer, qué tipo de centro queremos y para qué.