A propósito de la conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores, conviene abordar la relación actual entre política y mundo laboral. Para estos efectos, la publicación del periodista británico Owen Jones es ilustrativa acerca de la situación actual del obrerismo inglés. Mediante referencias hacia la cultura política de la Inglaterra contemporánea, en las que destaca los miembros de los partidos conservador y laborista, el tratamiento periodístico en diarios y programas de televisión y fenómenos como la violencia en el fútbol y el consumo musical, Jones expone como tesis fundamental que la antigua clase trabajadora inglesa –sobre la que se escribe a inicios del siglo XX – ha derivado en un relato estereotipado acerca de un sector social constituido por los “Chavs”, término peyorativo para referirse a la subcultura de la clase baja y que habla de jóvenes que consumen ropa de marcas deportivas y cadenas llamativas. A este respecto, los trabajadores se han convertido para empresarios, políticos, periodistas, escritores y deportistas en un raro espécimen que nada tiene que ver con el honrado obrero sobre el que se forjó la industrialización y modernización nacional.
Un aspecto fundamental del cambio que ha sufrido la clase baja inglesa y al que la cultura política ha asociado con un conglomerado barbárico y parasitario, son las transformaciones neoliberales de las últimas décadas. Evidenciando la indiferencia actual de los conservadores, quienes se limitan a realizar estrategias electorales populistas para el obrero inglés, el cambio en la clase baja se debe al impacto con que la furia vengadora del Thatcherismo desarticuló las bases sociales y legales del Estado de Bienestar, en las que la destrucción de la industria nacional ha llevado al obrero a encontrar en el sector servicios el único lugar para emplearse. La referencia a Margareth Thatcher como la figura política que realizó las transformaciones más radicales que Inglaterra haya visto en siglos no es casualidad ninguna si buena parte de lo que presenta el autor es contradecir la tesis fundamental del empresario y político conservador. A diferencia de este, Jones defiende la idea de que fueron las élites a fines del xix y principios del xx – no los trabajadores como dice el “Torie” – quienes iniciaron la lucha de clases en el país. Al enfrentarse primero a través de la represión absoluta y luego a golpe de decreto poniendo límites a la reciente organización sindical, inauguraron una forma de hacer política en que la clase obrera nunca estuvo invitada. Se debieron reducir a espacios electorales menores a mediados de siglo –a las casas de la “gente de bien”– pero conforme el asalto neoliberal a buena parte de los Estados europeos se concreta en los años 80, empresarios y políticos conservadores salieron de sus mansiones para proclamar a la sociedad inglesa la importancia del esfuerzo y mérito personal. Curioso es que sus discursos, que han llegado a bocas de primeros ministros y miembros de la realeza, suelen ignorar que son personas que han recibido educación de la mejor calidad y contactos suficientes para mantenerse de por vida en el círculo de la “city”, la clase alta británica.
Pero el problema no se limita a la convicción histórica del conservador por limitar el acceso al poder político de la clase obrera. Parte de su éxito en la Inglaterra de hoy es mérito de su contraparte laborista. Con el realismo visceral que caracteriza al autor, se sostiene que el progresismo ha desechado la política de clases, encontrando comodidad –una comodidad limitada y peligrosa– en la política identitaria. Si los inicios del movimiento obrero estuvieron ligados a los esfuerzos laboristas por abrir espacios en el parlamento, el éxito del thatcherismo en los años 80 les hizo caer en el más puro derrotismo. Expuesto a dos alternativas, recomponer las bases obreras con las que la izquierda británica se consolidó en el siglo xx o beber del multiculturalismo como proyecto político e histórico, el progresismo optó únicamente por la segunda alternativa. De este modo, sus electores pasaron de ser obreros industriales a universitarios de buen origen social y jóvenes profesionales bien remunerados. El problema es que esta clase media progresista ni de cerca protege más a los “Chavs” que la clase alta conservadora. Su desesperado esfuerzo por diferenciarse, a través de la ridiculización del consumo televisivo, futbolístico y musical, sumado a la imagen delincuencial y fascistoide con la que asocian sus actitudes y opciones políticas sugieren que observan, incluso, con más reticencia, miedo y asco que los ricos a los pobres de Inglaterra.
Si han de destacarse observaciones críticas al texto, ellas se inscriben tanto al debate que da entre política e identidad como a la falta de preocupación por cómo la clase media británica sufrió de la política económica y social thatcherista. En torno a lo primero, el autor expone que la opción identitaria del laborismo británico bien puede complementarse con la cuestión de la clase –no son excluyentes-. Sin embargo, el análisis es demasiado superficial, limitándose a unas cuantas páginas siendo que el fenómeno es fundamental respecto de uno de los dos grandes bloques políticos. Sobre lo segundo, si bien Jones presenta estadísticas acerca de una clase media harto más fragilizada que el discurso oficial, no profundiza demasiado en su situación, lo que puede arrojar luces de los problemas comunes que tiene con la clase baja y de un presumible proyecto político común entre estas.
Un libro lleno de convicción polémica en el que el autor cuestiona tanto a extraños como a cercanos, puesto que incluso la denominación “Chavs” la extrae de la frase clasista de un amigo universitario de “izquierdas”. Quisiera terminar destacando que en el se presenta una excelente radiografía cultural y política de la Inglaterra contemporánea como una sociedad rota y degradada hasta sus cimientos, en el que, tras los procesos de ingeniería social y el entreguismo subyacente, la resultante masa inarticulada de trabajadores, marginados sin representación política, se expone al escarnio público por los programas que ve, los deportes que practica, la música que escucha y las opiniones políticas más conservadoras que defiende. Interesante en este día, primero de mayo, en el que muchos en política hablan de trabajadores para sus proyectos, pero a los que habría que preguntar ¿Dónde está el pueblo en todo esto?